por
2955
Winston Smith
Los
gigantes de internet han descubierto que sus usuarios no son sus clientes (se
nos permite un acceso gratuito) sino su materia prima. Los datos de todo lo que
hacemos mientras navegamos por la red son transformados en millonarios ingresos
publicitarios. El negocio está en comerciar con nuestro rastro en internet.
El
secreto está en la invasión de la privacidad de millones de usuarios para ganar
dinero y poder (publicitario o político), mientras no se paga un duro por
contenidos con los que atraer a esos millones de usuarios. Un círculo que se
retroalimenta pues a más usuarios más dinero a ganar suministrando (a empresas,
publicistas o Gobiernos) datos que me salen gratis, y a la vez más poder de
negociación para conseguir contenidos gratuitos con los que atraer a más
usuarios.
Sobre
tal ley del embudo reflexionó premonitoriamente TimBerners-Lee, ya en el año 1998, el que fuera artífice de la World Wide Web
en un libro titulado en España “Tejiendo la Red” (Siglo XXI).
Berners-Lee
marcaba distancias respecto de aquellos que querían apropiarse de la Web para
hacer dinero, frente a su planteamiento altruista de no hacerse multimillonario
con la Web. Fue así que el Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN),
para el que trabajaba, accedió en el año 1993 a permitir a todo el mundo el uso
del protocolo y el código web gratuitamente.
Esa
filosofía explica que el Consorcio W3C que impulsó, y que hoy gobierna
la Web, no valga en bolsa miles de millones; que nadie apenas sepa que existe,
a diferencia de afamados campeones de Wall Street y generales de Silicon Valley
. Al igual que sucede con la Unión Internacional de Telecomunicaciones
dependiente de la ONU que pocos saben que existe.
Avisaba,
ya entonces, de los riesgos de lo que podría ocurrir en cuanto los buscadores
se perfeccionasen. Riesgo de que esas compañías acumulasen información personal
para dañar o aprovecharse de sus usuarios (porque alguien podría no hacerles, por
ejemplo, un seguro médico). O bien, citando al Gran Hermano de George Orwell
en su novela 1984, que al controlar el más mínimo movimiento de
una persona, la gente quedase a merced de potenciales tendencias dictatoriales.
Negocio y poder.
Para
evitar esos riesgos, escribía: “Creo que cuando un sitio no tiene política
de privacidad, debería haber una política de privacidad por defecto obligatoria
por ley que proteja al individuo … la falta de dicha obligación permite a una
compañía hacer lo que quiera con cualquier dato privado que pueda extraer”.
Entre
el Consorcio W3C y los campeones de internet en Wall Street existe una
diferencia abismal. Diferencia que ya anotó el que fuera director del
laboratorio informático del MIT hasta su fallecimiento en 2001: “Mientras
los técnicos y los empresarios lanzaban o fusionaban compañías para explotar el
Web, parecían fijarse sólo en una cuestión: «¿Cómo puedo hacer mío el Web?». Mientras tanto Tim preguntaba: «¿Cómo puedo hacer vuestro el Web?»”. Un matiz
crucial que estamos pagando muy caro.
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