lunes, 20 de abril de 2015

UBER y el ODI: uso público de los datos masivos frente a uso comercial



Partamos de un ejemplo bien conocido de uso de datos masivos:

“ … la visión solucionista de Uber está clara: gracias a la aplicación que tienes en el teléfono inteligente, un coche va a buscarte para llevarte adonde quieres. Decir que esta propuesta carece de imaginación sería un eufemismo: es algo que funciona bien en Estados Unidos, donde nadie suele plantearse caminar y donde el transporte público es prácticamente inexistente.

¿Por qué tiene que ser ese sistema un modelo para el resto del mundo? El hecho de que caminar no sea rentable para Uber no significa que haya que rechazar esa forma de desplazamiento. Aquí se aplica perfectamente la crítica que se suele hacer al solucionismo, es decir, que define los problemas sociales de un modo excesivamente limitado, generalmente de la forma más rentable para quienes proponen la «solución».

Pero imaginémonos que la aplicación para móvil de nuestro ayuntamiento pudiera informarnos de las diversas opciones que, aparte de Uber, tenemos: parte del trayecto lo podríamos hacer en una bici que nos esperara en una caseta de la esquina, después podríamos montarnos en un minibús que adaptara su ruta a nuestro destino y al de los demás pasajeros, y el resto del camino podríamos realizarlo caminando ... ” (E. Mozorov)

La disyuntiva es clara; su punto de partida no lo es menos:

“ … las ciudades no deben ver en empresas como Uber la única forma de organizar un transporte público eficaz, ni desde luego la única para aliviar el exceso de tráfico (está claro que los datos de Uber nunca nos indicarán que necesitamos menos taxis y más carriles bici y vías peatonales). En segundo lugar, el resultado de muchas batallas clave sobre los futuros servicios públicos dependerá de quién posea los datos subyacentes y los sensores que los producen. Dejarlo en manos de Uber –o, todavía peor, de las gigantescas empresas tecnológicas que intentan hacerse con una parte de la lucrativa tarta de la «ciudad inteligente»- sería descartar la experimentación flexible que permitiría a las comunidades organizar su sistema de transporte como lo consideraran oportuno” (E. Mozorov)


Como se ve, es clave quién posea los datos (si queremos gestionar los servicios públicos frente al solucionismo de los mercados); y es por eso que un organismo como el Instituto de Datos Abiertos (Open Data Institute) de Londres debiera servir de ejemplo a otros países y ciudades. Un Instituto que cuenta entre sus máximos responsables, y no casualmente, con el creador de la www y el http, Tim Berners-Lee.


domingo, 19 de abril de 2015

ENTRE EL MINISTERIO DEL TIEMPO Y EL MINISTERIO DE LA VERDAD




En el mundo de "1984" un Ministerio de la Verdad actuaba sin descanso borrando del pasado hechos y personajes que no encajaban con la versión políticamente correcta del presente. Se buscaba una versión hecha a medida del poder autocrático establecido.

En esta serie de TV (El Ministerio del Tiempo) se invierte el espejo para resultar en lo mismo: se actúa sin descanso para contribuir a que el pasado histórico coincida milimétricamente con la versión oficial que tenemos de la misma.

En palabras de un experto en el asunto: " ... los protagonistas viajan al pasado para contribuir a que la historia se cumpla. Para lograrlo, se idea un Ministerio del Tiempo, en el que funcionarios bien instruidos trabajan obedientes al dictado de un sesudo responsable que tiene el peso del cumplimiento de la historia ... 

 ... lograr que la historia coincida con un final preestablecido. Ese final es la historia que conocemos. No necesariamente la que fue, sino la del relato establecido por los creadores de la historia. La ausencia de una posición crítica ante esa historia dada obliga al espectador a asumir que la verdad está impresa en la serie que lo entretiene." (Jaime Alvar).

Y es así como el Ministerio del Tiempo congela como verdad un pasado que aquel otro Ministerio de la Verdad cambiaba a su antojo. El mismo perro con distinto collar.

sábado, 18 de abril de 2015

EL GRAN HERMANO EN LAS CASAS Y LAS COSAS

Para que la plutocracia digital  que reina a un lado (Google) y otro (Baidu) del Pacífico cuente con los metadatos de los que se alimenta, es necesario que los usuarios multipliquen de buen grado las terminales desde las que poder acceder a todo lo que hacen. 


 
Es así que se desarrolla a gran velocidad la denominada internet de las cosas, en las que éstas se convierten en terminales de datos (desde un juguete a un sistema de alarma). 

Para difundir esta cesión masiva de privacidad, a cambio de cubrir presuntas nuevas necesidades de los consumidores, aparecen entre nosotros iniciativas como Tlife.guru
 

 ¡Winston Smith no tiene ya ninguna zona de sombra¡ 
... siempre está protegido

 

miércoles, 15 de abril de 2015

PLUTOCRACIA DIGITAL




The Glass Cage de N. Carr (2014)

En su último ensayo traducido en España (con el título Atrapados por Alfaguara) el editor ejecutivo de la Harvard Business Review, y colaborador en los más influyentes diarios del mundo, a pesar de sus numerosos argumentos críticos respecto a las consecuencias de la ola de mega automatización vinculada a la digitalización, no deja de hacer consideraciones conformistas como esta: «Google y otras compañías de software están, por supuesto, en el negocio de facilitar nuestras vidas. Eso es lo que les pedimos que hagan y es la razón por la que nos debemos a ellas» (página 99 de la edición en castellano).

Es una concesión que a buen seguro le será muy bien valorada por los empresarios de Silicon Valley; empresarios que no verán con tan buenos ojos que la página 223 recuerde las prevenciones de los investigadores del laboratorio Xerox PARC (el mismo en el que Steve Jobs encontró inspiración para su Macintosh) sobre un sistema informático invisible y extensivo que escondiese, son sus propias palabras, un Gran Hermano.

Un sistema invisible y extensivo que por medio de la digitalización permite la automatización de aulas, bibliotecas, hospitales, tiendas, agencias de viajes, … (todos lugares tradicionalmente asociados con el toque humano) y a partir de ese momento hace posible el «ejercer una vigilancia y espionaje a una escala sin precedentes» (página 228).

Como si entre esta página y aquella inicial valoración de Google no hubiese relación alguna.

Es por eso que no está nada claro, y es no poco preocupante, si para N. Carr aquella emancipación de la raza humana por empresas benevolentes (como Google, a la que vuelve a citar casi al final de su ensayo) será más relevante y sustantiva (o se impondrá) a los que él mismo denomina «nuevos plutócratas … aquellos que se han enriquecido extraordinariamente a través de la reducción del trabajo, centrada en los beneficios, producida por los sistemas automatizados y los ordenadores que los controlan» (página 257).

Una nueva plutocracia capitalista digital que, en un caso, haría para N. Carr lo que les pedimos y facilitaría nuestras vidas.

Pero que, en el otro, sería un Gran Hermano que amenaza tanto nuestra privacidad como una cultura humana diversa, rigurosa y de calidad (página 236).

Atrapados en una jaula de cristal.



domingo, 12 de abril de 2015

¿ES LEGÍTIMO LLAMAR INTELIGENCIA (ARTIFICIAL) A UNA MEMORIA MASIVA?




Las fases finales de las partidas de ajedrez, en las que sólo quedan en el tablero seis piezas o menos, han sido analizadas por completo y todas las jugadas posibles han sido representadas en una tabla masiva que, una vez descomprimida, ocupar más de un terabyte de datos (Nalimov tableset, 2000) (enlace a las tablas).

Eso permite que los programas de ajedrez jueguen sin fallos las fases finales de las partidas de ajedrez, que son las cruciales. Ningún ser humano podrá superar nunca al sistema.


Se puede deducir de aquí que: 

¿más cantidad es mejor que más inteligencia? 

¿más cantidad de memoria implica jugar mejor al ajedrez?

... ¿ganar siempre supone saber jugar mejor?

viernes, 10 de abril de 2015

SOBRE TECNÓFILOS Y TECNOCRACIA

Un tecnófilo es aquél  que sólo ve lo que las nuevas tecnologías pueden mejorar, pero es incapaz de imaginar lo que destruirán.

Una tecnocracia es un sistema social en el que las herramientas y la tecnología no están integradas y subordinadas a la cultura, sino que la atacan.

En una tecnocracia gestionada por tecnófilos, a las personas -por ejemplo con la actual digitalización masiva- les pasará lo que ya sostenía Platón: "... recibirán mucha información sin la instrucción adecuada y, en consecuencia, se pensará que son muy eruditos, cuando serán en gran medida ignorantes" (Fedro, 370 a.C.)