Los big data, los datos masivos o
megadatos, se refieren a cosas que se pueden hacer a gran escala pero
no a una escala inferior. La gigantesca digitalización informática
en curso, y su conexión global en internet, ha puesto a disposición
de un número reducido de grandes corporaciones vastas cantidades de
datos (suministrados consciente o inconscientemente por sus usuarios)
que se duplican cada tres años, datos que se han convertido en la
materia prima de un negocio multimillonario.
Estos días se está anunciando que los
mil cuatrocientos millones de usuarios de Facebook podrán vincular
sus tarjetas de débito al Messenger para hacer así compras y pagos
instantáneos. Tal fusión, aparte de la presión que supone para los
intermediarios financieros clásicos, imbrica los megadatos
personales con los megadatos de nuestras actividades económicas.
Poco quedaría ya fuera del Big Data.
En el año 1986 Langdon Winner (en su
expléndido libro La ballena y el reactor. Una búsqueda de los
límites en la era de la alta tecnología) se había ocupado de
las tecnologías de la información y la comunicación vaticinando
que conformarían superempresas que dominarían a naciones y gobiernos. Combatía entonces lo que denominaba mitoinformación, ya
que la digitalización masiva no tendría porque suponer un mundo
mejor para la vida del hombre, que “la información presentada
no es conocimiento en el sentido real de las palabras; tampoco es
entendimiento, esclarecimiento, pensamiento crítico” ...
aunque, eso sí, no se le escapaba ya entonces que abría
oportunidades amenazadoras para el control y gestión de las
preferencias en el marketing político y comercial.
Recomiendo la lectura de este libro
escrito ya hace casi treinta años. Un libro en el que se nos
alertaba de cómo el dinero electrónico posibilitaría un cambio de
poder dentro del sistema financiero hacia corporaciones cada vez más
globales, poniendo en peligro la protección de la información y la
privacidad del individuo.
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