lunes, 25 de mayo de 2015

SOBRE LAS PUNTO COM

(APPLE, GOOGLE, AMAZON, MICROSOFT, …):

EL ESTADO PACIENTE Y EL EMPRESARIO DEPREDADOR



En un más que recomendable ensayo editado el pasado año con el título “El estado emprendedor: mitos del sector público frente al privado” (Mariana Mazzucato, RBA editores) se argumentan -y documentan con detalle- dos hipótesis nada frecuentes de encontrar sobre el origen y las actividades de la empresas .com de tecnologías de la información y la comunicación (TIC).

La primera de ellas podría resumirse diciendo que la mayor parte de las tecnologías que incorporan dichas empresas no estarían disponibles de no haberse realizado antes numerosas investigaciones financiadas por dinero público (en no pocos casos vinculadas al sector de la defensa), y la segunda consistiría en comprobar cómo esas mismas empresas son reacias a soportar las cargas fiscales que se ajustarían a sus actividades y volumen de negocios.

Son dos hipótesis muy de agradecer porque en su ausencia el relato oficial es muy otro. Así, por ejemplo, en un documental titulado Something Ventured, Something Gained, el papel del Estado no se menciona ni una sola vez durante los ochenta y cinco minutos dedicados a describir el desarrollo de Silicon Valley.


LA HISTORIA NO CONTADA


En las empresas de las TIC (o en las grandes farmacéuticas) se cobrarían precios elevados a los mismos contribuyentes que previamente habría financiado las investigaciones básicas que hay detrás de sus productos (por ejemplo los iPod, iPhone y iPad; o el algoritmo que hizo posible el buscador Google), investigaciones que no se podrían financiar con los impuestos que esas mismas empresas evitan pagar.

Estado emprendedor y empresarios depredadores: se socializarían los riesgos de la investigación, pero se privatizarían los beneficios derivados de las mismas.

Es así como “… aquellos cuyo éxito dependía de los bolsillos del gobierno, tan importantes para financiar la innovación acabaron vaciándoselos”. Un sistema parasitario en el que “ … el sector privado es capaz de extraer beneficios de un Estado al que, al mismo tiempo, se niega a financiar”. Hablamos de Apple, Google, Amazon o Microsoft (p. 283-286). Porque, se pregunta la autora, “Después de que Google haya obtenido miles de millones de beneficios, ¿no debería devolver un pequeño porcentaje para financiar a la agencia pública que financió su algoritmo?”.

En estas empresas existiría aún otra forma de no redistribuir riqueza hacia la sociedad que las hace posibles. Sucede esto cuando un grupo reducido de sus ejecutivos perciben las mismas remuneraciones totales que miles de sus compatriotas que son trabajadores de esas empresas (página 280), por no hablar de compararlas con los ingresos de los muchos miles más que lo son en países asiáticos.

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